miércoles, 6 de agosto de 2008

En la Argentina, alcanza con una buena camisa de polo


Hoy, 6 de agosto, se condenaron a represores en Corrientes. Un meticuloso seguimiento hicieron algunos medios, específicamente cuando se dictó la sentencia, en la etapa final del juicio. Luego de escuchar escalofriantes e increíbles testimonios mientras terminaba mi almuerzo, quedé sorprendido de la prolijidad con la que era llevado el juicio (dejando de lado cuestiones legales, que no viene al caso analizar).

Entre los oyentes, había individuos de la más diversa índole, específicamente diferenciados por la vestimenta. Por un lado estaban los muchachos y las señoritas que usaban vestimentas supuestamente elegantes y socialmente aceptables (camisas a cuadros, marcas de polo, todo en orden). Por el otro lado estaban los barbudos, con granitos, teces brillantes y remeras de rock con fotos en blanco y negro de algún familiar o amigo.

Todo se mantenía en un sorprendente equilibrio, a pesar de la diversidad. Hasta que el juez leyó la sentencia…

En ese preciso instante, apareció un abominable monstruo reconocido nacionalmente por sus críticas permanentes al Gobierno actual (que apareció ahora y no durante el 2001), que conservaba la asombrosa dialéctica de reunir elementos de vestimenta socialmente altos, y que se expresaba como un animalito traído de la selva, hablando cuanta barbaridad uno pudiese imaginarse. Además, como si algo faltase a este increíble show medieval, la señora (Cecilia Pando) empezó a hacer gestos al estilo de mafia italiana, como que iba a degollar a todos los “terroristas” que estaban allí presentes.

Minutos después, apareció un muchacho vestido antagónicamente a ellos, sacudiendo banderas y pidiendo justicia por un familiar desaparecido. Cecilia (ya le tenemos que decir “Cecilia”) quiso abalanzarse sobre él, pero fue contenida por un muchacho “civilizado” muy alto, vestido con camisas de polo, barba semicrecida, y con rasgos faciales precarios y rústicos.

“No hay que ser prejuicioso”, pensé. Pero éste muchacho, le empezó a gritar “Chupame un huevo, chúpame un huevo” al chico que pedía justicia por un familiar suyo y a los allí presentes.

¿Alguien se imagina lo que debe ser chuparle un huevo a este muchacho? ¿Tendrá el pubis semicrecido como su barba? ¿Por qué se viste tan elegantemente si cuando abre la boca, sistemáticamente deja entrever que es como un mono disfrazado de mozo?

Al grito de “terroristas, van todos a morir” no me causó otro efecto que una risa simpática e irónica.

¿A quién llama terrorista esta señora? ¿Qué es un subversivo?
Según la Real Academia, subversivo es un sujeto capaz de subvertir, especialmente el orden público.

Esta señora, que llama subversivo a todo aquel que no fue subversivo (recordemos que defiende a todo aquel que durante los setenta, efectivamente tuvo el don de, nada menos que subvertir el orden) podría ser considerada como una subversiva inclusive dentro de su mismísimo pensamiento.

Supongamos: hay terroristas (supongamos no, hubo), que tienden a subvertir el orden. ¿Qué hago entonces? Subvierto el orden yo. Empíricamente, ¿quién es el subversivo? ¿El que quiso subvertir el orden o el que lo subvirtió? El que lo subvirtió, señores. Basta de vueltas.

¿Qué otro caso hay de una minita que esté masomenos buena, que se empilche bien y que hable barbaridades hay? ¿Qué sería ser un subversivo hoy en día?

El caso emblema de subversión, por ejemplo, a los valores morales y cristianos autoproclamados por uno mismo, acompañado de chispazos de gato, es el caso de la auténtica figura pop, Karina Mujica, idolatrada por Grondona y Neustadt particularmente. Muchachos, hay que reconocer que estaba buena. Un auténtico gato. Pero, ¿da para invitarla a los programas y que opine de todo? Opinó de política, de economía, de sociología, de filosofía, de religión, de ciencia (habló de pastillas anticonceptivas y del profiláctico, oponiéndose). De absolutamente todo en tal y cual programa.

Igualmente, quiero destacar que el programa que más interesante encontré de ella fue el que le rompieron el rosquete (aunque ya estaba más roto que la rodilla de Ronaldo) en una burda cámara oculta en Mar del Plata (dónde no).

Sintetizando, para no aburrirnos, deberíamos empezar a reconocer que disfrazarse por fuera no es suficiente para cambiar nuestro interior. No hay traje, pollera escocesa o camiseta de Almirante Brown que esconda lo que realmente uno es.

Si debemos ser aceptados socialmente, es importante vestirse bien, tener rico perfume, tener un corte de pelo apropiado, una novia linda (que no piense mucho, porque sino es subversiva) pero por favor, no le podemos decir a un juez “chúpame un huevo” porque simplemente en el resto del mundo no es bien visto, más que nada tratándose de los supuestos libertadores del marxismo.

Esta es una de las fantásticas dicotomías de la bendita Argentina que nos alimenta.

No hay comentarios: